Ardías, otoñado,
por lizas del arroz,
y la viruta misma
pastaba en tu pelambre.
Ardías y cantabas
siegas posibles; niño,
tu mano era una arena
de lo que se distiende.
Por armas, una lona;
por pienso, el avestruz.
Muesca de escapularios
que muerden y que escrutan.
Así, fiel cinamomo,
la chimenea fuiste;
y otros, malavenidos,
cosecharon tu red.
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