Una amistad que quiere detenerse,
consciente del pasado
y que macera su dolor, asida
a intentos de durar,
más por inercia que por gratitud
a cosas compartidas;
un árbol cuyas ramas se estremecen,
sin brotes, sin asomos,
ante la nueva primavera, de
volver a ser lozano,
y pocas hojas ya lo desmejoran
más bien a nuestros ojos;
y vence a la ciudad un triste tedio
de calles repetidas
e interminables bares del hastío
donde, más que esperar,
somos apenas parte el paisaje,
sin lograr el olvido.
Todo esto, hacia finales de un invierno
que no promete nada,
y que ofrece minucias, como escritos
que hacemos, descreídos
del brillo de la terca poesía
que antes nos alumbrara.
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