Recordás el poema, y su cadencia
de verdad intocada
vuelve como una sombra cada vez
que intentás otra cosa.
Y comenzás a odiarlo, y en silencio
sabés que ya pasaste
una vez más por esa calle vieja,
y queda redactar.
Después ponés la música de siempre
y complacés con poco
el hambre que tenías de escritura.
Otro día en que muere
esa ceja viciosa. Con las sobras
siempre el mismo requecho.
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