Y juzgo los papeles, y deseo
el milagro profundo:
por una disyunción afortunada
te agradará buscarme,
y volveremos al antiguo lecho
de piedras solitarias,
y buscarás mi mano, y buscarás
el silencio común
y el paso compartido, y discusiones
tozudas y objeciones
morirán en caricias.
Y no es posible: escribo, y pasa el tiempo,
pasan los días, das
otra sonrisa y otro llanto al mundo,
y mi cuerpo envejece,
pasto de libros y de pergeñados
atisbos de un sollozo
que doy a los demás (para olvidar,
para negar tu cosmos),
y nada tiene fin, y en un estanque
boqueo por tus labios,
lejana la salud.
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