a Marina
Así, un ritual muerto,
desteñido, lejos del deseo,
se aleja con su sopor de horas neutras
únicamente. Me pregunto
qué tiene el otro ser más allá
de sus palabras, gestos, y cómo
es que, sentado frente a mí, conversa
con el reducto de una sombra.
Y, ya dejada la avaricia,
percibo, ahora sí, una voz
que me trasciende,
que no busca impacto o gloria,
que ordena, pulcra, mi verbo y que limpia
sus delicados labios cada vez
que muerde de su sandwich.
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