Por una perversión, que continúa
sus rondas y registros
en azuladas poses, ya no busco
otro cuerpo que luzca
otra piel, otros ojos, otras manos.
Poder que conmemora su vejamen
con pesquisas nocturnas
y zancadillas-liebre, me prepean
el guiño y la artimaña,
y desespero, y me conturbo: un día.
Asisto al edecán que me mensura
con armas de la paz,
y es ese veto con el que se fuerza
a mi labio partido
a darme contra un morbo de esposado.
Y los alucinados que perciben
otra terca memoria
leen el abandono.
Pasa una chica -un nombre-: el espejismo
de algo que se repite
detrás de más barrotes.
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