sábado, 30 de agosto de 2008

Es ella, y no: ojoroso

Su voluptuoso cuerpo,
sonrisa descreída que persiste
más allá de mirarla,
su ropa y desparpajo al caminar;
y ya venció, chistosa, la perfidia
que es hacerla menor,
cabeza quiere y busca, hipnosis
y remolino ciego si está cerca,
desenfadada y agridulce: torpe,
me miro cuando miro
su sin igual gracejo
y bien llevado, y la maldad
es vacilar, y quién
acaricia sus piernas, quién la vuelve,
despeinada, peor y más viciosa,
si es que no miento, si
es algo más que el miedo; y nunca habrá
abrazo compasivo, que sería
anhelar lo peor, ese vislumbre
que este poema ríe en mí para los otros.

Así, pues, interiores
más que exteriores trazo, niño yo
temeroso del flash, si su dominio
es reino de dolores por pavadas,
si su vencido soplo
se parece, y es gris,
a la pieza de trance
que un violinista ignoto se repite,
y es pátina que indica que la dejes,
que vayas por parajes
más saludables, que
olvides el rosario detenido
que redactó un temor y una caída
que serán ignorados
por otros con más vida y superficie,
los que rechazan, decididos,
ser ojorosos del acontecer.

martes, 19 de agosto de 2008

[s/t]

Volviste, luna, a revisar, paciente,
mi cuerpo, sus modismos,
grávido cuarzo hacia el oeste quieto;
con tu paso constante,
sin ojos me mirabas, constatabas,
inabordable red.

Me verás otras veces, y me iré,
y tu reinado cierto
hará que las mareas nos descansen
y que este tiempo fluya:
sermón o cantilena que olvidamos,
prefigurada sal.