que se le caen, cuerpo pesaroso
que tiene y que descarta, sucesivo.
Y cuerpo fiel que pasará, que es tedio,
cuyo fulgor ardió: pan duro; y nadie;
y alfarero de barros que no cuece.
Golpes, recordatorios, las palabras
que le regresan muerden, estremecen:
niño y cacharros, niño y hontanar.
Podrá leer de nuevo: porque sueña
la desazón, los pasos en redondo.
Ya no se niega a un último latido.
Nada más. Un poema. (Las revistas,
la coca o sensación, y todo el resto:
un laberinto en que negarse y ser.)