Puedo hacer del silencio dos manos que navegan
lentamente, de a ratos, como bronce que vive,
para que una distancia revele sus criaturas.
La noche, que resalta mi cabello añadido,
columpia intermitencias de un tero, y de los autos
que pasan a lo lejos, ronquido mineral.
El cierto que su ceja daría a Klimt más aire,
eclipsado mi asombro por su velo profundo,
y las hordas declinan los aleros y rutas.
La calle hecha metralla, los rugidos se esparcen
para luego expandirse, partícipes del orbe,
y sus pupilas logran hacerse más futuro.
(Niño que se detiene sin saber las palabras,
alucinado cuerpo que olvidó sus dolores,
y diálogo a la vera de un rostro inmemorial.)