martes, 2 de octubre de 2007

El calor, suave, inunda, sin embargo, la ciudad. He salido al centro con un buzo, sólo porque la remera que tengo puesta, aunque me gusta, y mucho, me queda corta. Sumándole mi panza, queda ridícula. La panza, bajo el buzo, es un poco más aceptable. Pero además salí despeinado, con un firulete de mi cabello más bien corto, del lado izquierdo, sobre la sien, y aparte no me afeité. En fin, de entrecasa por el centro.

Pero qué bueno que vaya llegando el calor, que se ponga tórrido bien, que terminemos respirando pesadamente, que haya un ciclo de estaciones para disfrutar un verano más, y para, en invierno, acordarnos de ese calor para pileta, de ese calor para sin chomba, de ese calor. No del otro.

(Porque el otro es posible en toda época, aunque no en niñez y vejez, merced a la condición que nos liga a los chanchos, y porque coger es, para resumir, "la chanchada" sublime, la de la danza de los cuerpos, lenta, pareja, paciente, buscadora. La de los buenos humores, aun si estamos tristes.)

En fin, otra temporada de calor. Como el tiempo pasa para todas las cosas, también pasa para este planeta, chiquito y tan bello a veces. Me acuerdo de

"Y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada."
que, más allá de que venga dictada por el contexto, es bella en sí, y demasiado verdadera. Pero el tiempo del calor me hace esperar mejor. Esperar esas pequeñas cosas que me confortan porque las conozco, como el sudor que no se hiela, que luego se seca en los hombros, en las cejas, cuando leo un libro, quitádome la chomba, malla y ojotas sólo, y el libro es bueno, no sé si noble, nada de sagrado.

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