Desierto, y las arenas del metal...
Y sigo en la sequía,
cariño en la mitad, y una mujer
me conocía... Plácido contacto,
el de saberse cerca,
el de pensarlo bien, y apenas eso:
la pena de estar solo,
reproches a tu ser,
ella se fue, caímos
en una densidad paraguayensis,
en un hito de luz
y de cariño. Nada
que no se pueda perdonar, acaso...
Gente de otra frontera,
minúscula su sal, me comprendía,
y fuimos novios, y murió el amante,
y nada más un cuerpo,
y nada más la luz de otra frontera.
"Caeré de mi sal",
decía Horacio; ritmos del decir...
Caeré como caen
todas las hojas viejas, eso sí;
y aunque un paso dichoso
me hizo mil marionetas,
una aventura, un lance,
una estación harían;
y nada más decir,
por estos días. Nada
que no sepan los otros.
Sencillo, suavizado,
¿molécula o metal?, indiferente
a la avaricia, espero, callo tu reloj,
y me doy al caoba.
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